7 de diciembre de 2015

Sinking

“A veces nos creemos que las personas son décimos de lotería: que están ahí para hacer realidad nuestras ilusiones absurdas.”

Apoyé ese pequeño barquito en el agua y lo empujé suavemente con los dedos. No llegó muy lejos. En cuanto el papel tocó la superficie, el agua trepó por él como si lo hubiera estado esperando, con avidez y sin compasión. Vi cómo dejaba de moverse. Se resistió fieramente pero cuando el agua empapó cada doblez del folio, el barquito empezó a sucumbir.

En ese momento metí mis manos en el agua y empecé a achicarla desesperadamente. No se iba a hundir. No se podía hundir.

Pero, a pesar de mis esfuerzos, el barquito, primero de un lado y luego del otro, fue escorándose hasta finalmente desaparecer.

Me miré las manos mojadas y, con lágrimas en los ojos, intenté distinguir mi barquito en el fondo del estanque. El agua me devolvió mi reflejo.

Las voces de mi cabeza empezaron a gritarme sin piedad: “¿Qué esperabas demostrar?” “Sabías lo que ocurriría antes de posarlo. Sabías que se hundiría.” “No podías hacer nada.”

Y era cierto, lo sabía. Lo sabía y estaba siendo testigo de cómo mi vida se hundía pese a mis intentos de mantenerla a flote, aunque me negase a creer que ese fuera el final.

Porque no podía serlo, ¿no?

3 comentarios:

  1. Por eso lo importante es seguir hasta el final, sin decaer, después nos va a quedar la sensación de que al menos lo intentamos.

    Saludos.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Eso es cierto. Y muchas veces es la única razón por la que seguimos adelante con tanto ahínco...
      un besoo!

      Eliminar