Siempre he pensado que la imagen real de la Tierra no es la que nos
envían los satélites que orbitan en la atmósfera sino que lo correcto sería una
imagen llena de puntos luminosos, como pequeñas llamas o fuegos fatuos. Cada
uno de nosotros seríamos unos de esos puntos y nuestra luz brillaría con fuerza
mientras nuestro corazón latiese. Por eso cada día, con cada nacimiento,
aparecerían nuevos puntos para sustituir a los que se apagasen. Sin embargo,
eso no es del todo cierto: los puntos no se apagan. Cada vez que una persona
abandona este mundo, esa luz pasa a vivir en los corazones de quienes tuvieron
la suerte de conocerlo, dejarlo entrar en sus vidas y permitir que cambiase un
poquito su mundo.
"Mientras se nos recuerda, seguimos vivos."
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