“A veces nos creemos que las personas son décimos de lotería: que están ahí para hacer realidad nuestras ilusiones absurdas.”
Apoyé ese pequeño barquito en el agua y lo empujé suavemente
con los dedos. No llegó muy lejos. En cuanto el papel tocó la superficie, el
agua trepó por él como si lo hubiera estado esperando, con avidez y sin
compasión. Vi cómo dejaba de moverse. Se resistió fieramente pero cuando el
agua empapó cada doblez del folio, el barquito empezó a sucumbir.
En ese momento metí mis manos en el agua y empecé a
achicarla desesperadamente. No se iba a hundir. No se podía hundir.
Pero, a pesar de mis esfuerzos, el barquito, primero de un
lado y luego del otro, fue escorándose hasta finalmente desaparecer.
Me miré las manos mojadas y, con lágrimas en los ojos,
intenté distinguir mi barquito en el fondo del estanque. El agua me devolvió mi
reflejo.
Las voces de mi cabeza empezaron a gritarme sin piedad: “¿Qué
esperabas demostrar?” “Sabías lo que ocurriría antes de posarlo. Sabías que se
hundiría.” “No podías hacer nada.”
Y era cierto, lo sabía. Lo sabía y estaba siendo testigo de
cómo mi vida se hundía pese a mis intentos de mantenerla a flote, aunque me
negase a creer que ese fuera el final.
Porque no podía serlo, ¿no?
Por eso lo importante es seguir hasta el final, sin decaer, después nos va a quedar la sensación de que al menos lo intentamos.
ResponderEliminarSaludos.
Eso es cierto. Y muchas veces es la única razón por la que seguimos adelante con tanto ahínco...
Eliminarun besoo!
Gracias! Me paso! ;)
ResponderEliminarun besoo!